Por JOSÉ ANTONIO RIESCO*
El uso y abuso de
las expresiones “golpismo” y “destituyente” en boca de los primeros niveles del
oficialismo tiene, al menos, varias
dimensiones.
La más evidente es que en boca de la
Sra. Presidente y sus seguidores de primer nivel (Aníbal Fernández, Jorge
Capitanich y ahora Daniel Scioli) no pasa de un artilugio propagandístico. Uno
de los campos de la acción psico-política donde, si no se dispone de algo
mejor, valen las mentiras y las imputaciones agresivas. Algo así como si un
fabricante de manteca, en riesgo de ser desalojado del mercado, acusa a sus
competidores de vender un producto cargado con arsénico. La desesperación da
para todo.
a) Con la palabra “destituyente” es
imprescindible remitir su probabilidad operativa a las instituciones. ¿Quién
puede destituir a la Presidente que no sea el Poder Legislativo por la vía del
juicio político?
Ocurre que eso sería factible si de las
denuncias sobre el caso del negociado ilegal con Irán, hoy en trámite ante el
fiscal Pollicita, surgiera una imputación de “mal desempeño en las funciones o
delito cometido en el ejercicio de la función” (art. 53 CN).
Pero además se requeriría que la titular
del Ejecutivo dejara de contar con la ciega adhesión que a diario le prestan
los diputados y senadores kirchneristas. Esa posibilidad –perder los 2/3 hoy en
el Congreso– ¿está siendo barajada por los asesores de Cristina? De otro modo
lo de “destituyente” es otro de los desatinos verbales del gobierno, a no ser
que esté previendo una fisura grave en las lealtades.
Con tal hipótesis –en verdad una duda
angustiante en la situación psico-política de la Presidente– se explica la
urgencia por recuperar su marca de “popularidad”. Ya lo hizo renovando su
habitual estrategia de división de la sociedad mediante la injuriosa carta
donde califica de “partido judicial” a la impresionante marcha del 18-F. Y además
disponiendo la convocatoria de una manifestación callejera para que la aplauda
y ovacione el próximo 1ro. de marzo. Una medida dirigida especialmente, ¿a la
propia tropa en el Parlamento?
b) El otro término que llena las fauces
del régimen es “golpismo”, es decir, denunciar la gestación de un golpe de
Estado detrás de los reclamos de justicia que el 18-F hicieron cientos de miles
de argentinos. Sin poner en dudas el alto nivel cultural de que suele preciarse
la Presidente (en Harvard y otros escenarios) debería anoticiarse de que en la
Argentina los “golpes” de que vale preocuparse, acorde a una reiterada casuística,
son los que producen las Fuerzas Armadas una vez consolidado el acuerdo de sus
Altos Mandos. La división llevaría a la guerra civil o algo parecido.
Para una intentona de tal tipo sería
necesaria que se produjeran en los cuarteles, las bases aéreas o la flota de
guerra, una serie de diálogos entre oficiales superiores hasta llegar a una
componenda de medios y objetivos. Algo que “cuesta mucho” y cuenta siempre con
el riesgo de las defecciones y, peor aún, la delación de algún arrepentido. Por
eso lo primero es neutralizar el “servicio de inteligencia” a fin de controlar
“los ojos y los oídos” del gobierno o del comando en jefe.
En todo tiempo los soplones y delatores
están sostenidos por el “sistema de inteligencia”, un factor que en las
condiciones actuales supera ampliamente las más prolijas precauciones de
supuestos complotados. Por lo que se sabe, en las unidades militares reina total pasividad y silencio. “No hay ni habrá fragotes a la vista” es
el comentario de cualquier uniformado.
Afirmar actualmente que está en marcha,
aún en forma inicial, un golpe de Estado, implica poner en cuestión la eficacia
de los actuales altos mandos. O sea al general César Milani y sus colegas de “Inteligencia”
que ocupan las posiciones dominantes de la Fuerza. Es de público y notorio que
el presupuesto para esas faenas ha sido reforzado con cientos de millones de
pesos y que existe un aparato informático de última generación importado de los
Estados Unidos. Esto le permite tener al día la más mínima información sobre
los que pasa en las tres instituciones armadas sin excluir a las Fuerzas de
Seguridad. Salvo que, como ocurrió con los proyectiles del arsenal Fray Luis
Beltrán, el equipo se ecnontraba descompuesto. ¿O es que el general Milani dejó
de ser el niño mimado de la presidencia? Y esto pese a que se le adjudica ser
gestor de un “autogolpe”.
Lo anterior no excluye que, con tales
denuncias propagandísticas, el régimen K esté lanzando una cortina de humo para
justificar medidas de “emergencia” groseramente anticonstitucionales como sería
implantar el estado de sitio a fin de detener a opositores (políticos,
periodistas y funcionarios, etc.). O, también, sancionar una ley que declare “en
comisión” al Poder Judicial y, por esa vía, desalojar de la jurisdicción a
jueces y fiscales “golpistas” y “destituyentes”. Cuando el gato se ve
acorralado suele saltar al rostro.
Al parecer, la dama está asustada.
*Instituto de Teoría del Estado
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